El salmón, pez de río y de mar, se considera una especie anádroma, lo que viene a significar que nace en aguas dulces, migra al océano abierto donde vive varios años hasta su vida adulta y cuando alcanza la madurez, regresa al agua dulce del río donde exactamente nació para procrear y dar inicio al proceso de desove y fertilización de los huevos. Una vez finalizado el proceso de desovado los peces adultos mueren unas semanas después por lo que, de alguna manera, además de regresar al río donde nació para desovar, con la intención de garantizar la continuidad de su especie, regresa a morir.
Este riachuelo viene a ser un refugio perfecto para la incubación y sus aguas poco profundas proporcionan seguridad y fuente de alimento fácil a los alevines, bebés salmón diminutos, que han salido del cascarón de los huevos del nido. Al cabo de uno o dos años, cuando se convierten en “smolts” o salmones juveniles y después de cambios fisiológicos importantes, como un aumento del tamaño y masa muscular, están preparados para abandonar el río donde nacieron y emigrar al mar.
Pasados unos tres años y en su madurez sexual, regresan al río donde nacieron. Este viaje de vuelta a casa, que se conoce como la carrera del salmón, hace que esta especie se enfrente a dificultades de toda índole. Es un alimento rico en nutrientes y proteínas para muchos animales como osos y águilas, que siempre están al acecho. Además, debe recorrer cientos de miles de kilómetros e incluso superar obstáculos como los pescadores y las presas construidas por los humanos, que como barreras obstaculizan el camino hacia su destino. El salmón en su particular carrera río arriba, debe además nadar con enorme esfuerzo contracorriente y remontar las aguas turbulentas y los rápidos que aparecen en el curso del río.
En ocasiones, vivimos momentos vitales como el salmón y nos encontramos como nadando contracorriente y nos enfrentamos con el SER que hasta ahora hemos estado siendo, para dar espacio al SER que en realidad somos.
Toca enfrentarse y dejar atrás las aguas que se mueven río abajo y como el salmón, frente a los viejos hábitos, incorporar e insistir, los nuevos hábitos que entran en conflicto como la corriente del río, con los antiguos hábitos. Lo mismo sucede ante nuestra antigua forma de ver el mundo, nos va a tocar persistir en la nueva forma de verlo, que va a tener que enfrentarse a lo antiguo, que ya no nos sirve o ya no queremos en nuestra vida.
El transito al nuevo lugar que queremos ocupar, requiere de esfuerzo, perseverancia y confianza y sabiendo que ese camino va a ser un camino más bien en solitario y en muchas ocasiones, un camino contra corriente en el sentido que no tiene el beneplácito de los demás. El destino final es SER más tu mismo. Es una vuelta a casa, a tus orígenes. Nos toca aplicar en buena parte lo que hace el salmón. El salmón esta dispuesto a invertir un gran esfuerzo para llegar con éxito al destino, hasta el punto de no comer durante el transcurso de la carrera. Activa todos sus recursos, como su velocidad de nado, su agilidad y su capacidad de saltar sobre los rápidos a una altura que puede superar los 3 metros. En definitiva, dar lo mejor de ti mismo, porque como dice nadie que haya dado lo mejor de sí mismo lo ha lamentado.
Algo asombroso del salmón es cómo sabe llegar al lugar exacto. Eso lo consigue, al parecer según los expertos, por un lado, por su capacidad olfativa y por la capacidad que tienen de guiarse por el uso de señales de los campos magnéticos, que funciona como una especia de GPS que al parecer heredan de sus padres y les permite reconocer el camino de regreso y seguir la dirección correcta.
En nuestro caso, el GPS está en nosotros mismos. Como dice Anita Moorjani “Si escuchamos a nuestro verdadero ser, cualquier camino que elijamos será el correcto para nosotros”
